TEXTO para catálogo mi exposición "Fénixa"



Málaga, mayo 2015







                     "Fénixa"
                una exposición de Charo Carrera






FÉNIXA

o el poder de la resiliencia.


En una de mis visitas a la escombrera del cementerio, donde acababan de incinerar, a las más altas temperaturas, todas las cajas de muertos, cristos y flores, encontré un libro sagrado que sólo era cenizas unidas molecularmente, intacto. No tenía medios para inmortalizar tan preciosa visión, pero en mi mente quedó grabada como un sello al fuego. Sabía que si lo tocaba, se desvanecería. Esta idea me provocó minutos de incertidumbre. No volvería a ver nada parecido. Soplé. Y se deshizo.
Desde entonces, se han repetido en mi cabeza esas imágenes, como una moviola, hacerse, deshacerse y rehacerse, quemarse, deslumbrar, recomponerse: el conocido Fénix que resurge una y otra vez de sus cenizas.

De nuevo, la brevedad de la vida. La recién nacida, cabeza abajo, y una palmadita en el culo.
“Llora, infeliz; más vas a llorar cuando sepas lo que te espera”.
Ya no hay marcha atrás.
Como si hubiéramos desobedecido a los dioses, el castigo es equivocarnos y volver a intentarlo; o subir, como Sísifo, la gigantesca piedra a lo alto de la colina, para bajar y volverla a subir una y otra vez. Así de absurdo. Pero si Sísifo está condenado sin remedio a la destrucción de su mente, Fénix puede aceptar el absurdo enfrentándose a él. Y precisamente ese enfrentamiento es lo que le hace estar más vivo, el soportar las catástrofes de su existencia con la esperanza de mejorarla.
Lo que ya empezamos a conocer como resiliencia.

¿tenemos miedo de caer? Caigamos. Al final, el caer también es un arte. Cómo caer sin hacerse daño, decía Bourgeois. Y aguantar ahí.

No podemos evitar esta confrontación. Enfrentarnos a nuestras limitaciones, a nuestra fragilidad, reconciliarnos con todo.
Dejar de ser unos zombis que viven del pasado....
Parece ser que Vivir es el proceso, la combinación de estados por los que tenemos que pasar. Muchos fracasan porque escogen uno de esos estados y se quedan en él, lo cual, en cierto modo, es una especie de muerte.
Salir de nuestros temores es transformar la inactividad en movimiento, dejar atrás nuestras ruinas, nuestra naturaleza arrasada. Es como un viaje interminable que va cambiando poco a poco, un eterno peregrinar. Pero hasta en el más profundo abismo puede haber una redención. Pueblos enteros podrían desaparecer para que una nueva estirpe renaciera.
Y esto que nos parece un proceso tan violento, curar cauterizando la herida, es una de las experiencias sanadoras. Mejor una pira de nosotros mismos para resucitar una y otra vez. La luna también es un muerto que resucita. Muerte y renovación, oscuridad y claridad.

No tenemos más remedio; ser resilientes nos ayuda a seguir vivos. Y perderse, levantarse y rehacerse después de las caídas, también requiere un aprendizaje y, como Faulkner dijo: “el éxito es fracasar e intentarlo siempre de nuevo”.
El fuego quema y limpia, acelera procesos, logra la transformación, como el arte, y crea universos, como el libro. Es un gran escultor, como el tiempo de Yourcenar.

Vivimos junto a escombros, guerras, ruinas, cementerios marinos. Es nuestra tragedia. Pero algo siempre subsiste en el mundo del polvo y de las cenizas: el aura. Aquello con lo que la sociedad no puede. El punto de partida para construir algo nuevo.

Y en esa transformación, esa experiencia individual antes de que la mente pueda describirla, anterior a la palabra e incluso anterior a la imagen, es cuando todo empieza a tener un sentido. El momento único en el que el relámpago de la intuición deslumbra al ser indefenso y resiliente, cuando todas las piezas encajan, cuando se percibe la estructura, cuando llega la luz y abre la mente y se ve por primera vez en mucho tiempo.
Así es como funciona también el arte, garantía de cordura.

Por eso, la “buena noticia” es que la vida merece ser vivida, aunque, a veces, humillada, más allá de las circunstancias demoledoras que nos rodean. Y que no importa que tengamos miedo a naufragar, para seguir navegando. Sigamos el ritual todas las veces que haga falta, y transformémonos en “raras avis”, oxidémonos, cambiemos de color, mudemos nuestras alas y gritemos al absurdo, enfrentémonos y resistamos estando, todavía, vivos.


                                                                          Charo Carrera, mayo 2015